Celia
Hola, buenas a todos y todas, mi nombre es Celia y el 28 de junio de 2017 me diagnosticaron leucemia dendrítica aguda.
Todo empezó de una manera extraña, solía caminar por la misma avenida todos los días por la mañana y uno de esos días comencé a tener fatigas y falta de oxígeno. Lo veía normal, algo que nos sucede a todos por anemia o cosas parecidas, pero un día me vi muy mal. Subiendo las escaleras de mi casa me dio una fatiga que jamás había tenido y me caí por las escaleras. Llamé a mi hija pequeña para contarle todo lo sucedido. Ni se me paso por la cabeza que podía tener una enfermedad como esta, las dos pensamos que podía ser un golpe de calor o anemia.
Pedí cita a mi médico de cabecera para contarle lo sucedido y me mando a hacer una analítica completa. Ese fin de semana, la noche de San Juan, me quedaba en casa de mi hija pequeña y ella, al verme, me dijo: “Mamá, tú no estás bien”. Yo, para no preocuparla y que supiera que me encontraba mal le dije: “no, no, estoy muy bien”, pero mi hija seguía y seguía. Para entonces yo tenía los ojos totalmente amarillos, y ahí fue cuando me asusté. Las dos pensamos que podía ser algún problema en el hígado, porque dicen que, a menudo, hace que se amarilleen los ojos.
Tenía la analítica el miércoles y el jueves cita con la doctora, porque seguía encontrándome mal. Justo el día de la visita con la doctora me llamaron del hospital Negrín. Me dijeron que llamaban con motivo de la analítica que me habían hecho y que fuera al hospital insular a urgencias para que me hicieran una trasfusión de sangre.
Cada vez estaba más preocupada y todos mis hijos también. Llamé a mi hija pequeña para que me llevara y estuviese conmigo. Nos quedamos desde las 15h hasta las 4h de la mañana con las trasfusiones de sangre. A las 8h tuve la cita con el hematólogo, quien me hizo la prueba del esternón para ver el estado de la médula. Esperamos una hora para el resultado. Finalmente, nos sentó en su consulta y nos contó qué tipo de enfermedad tenía.
Para mí fue un golpe muy duro, se me pasaron muchas cosas malas por la cabeza y mi vida dio un giro radical. Mi hija Ingrid intentó aguantar el golpe para darme positividad. Me dijo que nunca iba a soltarme, que íbamos a recorrer este camino juntas. Ella fue quien se encargó de contárselo a mis otros hijos y demás familiares, yo no podía. Mi hijo, José Carlos, y mi hija, Ingrid, conocían la enfermedad ya que son donantes desde hace mucho tiempo, en cambio, mi otra hija, Celia Ruth, el resto de los familiares y yo misma la desconocíamos totalmente.
El día 1 de julio comenzó todo: mi estancia en el hospital y los tratamientos de quimioterapia. Mi estado emocional fue mejorando, tenía positividad y ganas de luchar contra lo que tenía en mi cuerpo.
Empezaron a ponerme suero y más suero para hidratarme antes de ponerme la primera quimioterapia. Mis hijos y mi familia no se despegaban de mí. La que siempre estaba conmigo en la clínica era la pequeña, ya que mi hijo mayor vive en Málaga y mi hija mayor tiene tres niños pequeños y no podía estar tanto tiempo. Ella lo pasaba mal por no poder estar conmigo, pero yo le decía que no pasaba nada, que no estaba sola y que sus hijos pequeños eran lo más importante y no podía dejarlos solos.
Al principio de la quimioterapia no notaba nada de nada, pero días después me notaba como si tuviese la gripe. Me dejaba tumbada, sin ganas de nada y mi hija Ingrid me hacía levantar, caminar y jugar al parchís o a cartas, y aunque algunas veces lo hacía, otras, no quería ni que me hablaran. Mis hijos y el resto de la familia lo entendían.
Cada día mejoraba, no tuve vómitos ni nada, solo malestar. Pero un día empeoré. Se me bajó el sodio por un componente de la quimioterapia y me bajaron a la uci (unidad de cuidados intensivos). La verdad es que no me acuerdo de nada. Pasaron tres días y me subieron a planta ya que había mejorado bastante.
Estoy muy agradecida a las enfermeras, que ya conocía porque trabajé muchos años en el hospital, me hacían bailar con ellas y nos contábamos historias graciosas. Y también al equipo de hematólogos y enfermeras del hospital insular que me hacía olvidar por momentos la enfermedad que tenía.
Una vez terminaba el mes de ingreso, me dejaban salir una semana para desconectar. Pero cada vez que volvía de haber disfrutado de esa semana, me volvían a hacer esas pruebas con las que tanto sufría, como la del esternón para ver el estado de la médula. Jamás he sufrido tanto dolor, es una prueba horrible, pero tenemos que ver el lado bueno que es que nos permite ver cómo evoluciona la enfermedad.
La segunda quimioterapia fue bastante bien, solo se me hinchó la cara y no tuve malestar ni nada. La tercera tanda para mí fue la peor ya que estaba tan débil que cogí una bacteria multirresistente. Tenía alucinaciones, no comía nada, ni siquiera abría los ojos. Mi vida corría peligro y cada vez iba a peor. El problema pasó al pulmón y empecé con neumonía, pero gracias a que me cambiaron el antibiótico, empecé a mejorar. Esa vez me quedé ingresada un mes y varias semanas, no podía caminar ni mantenerme en pie después de haber estado tanto tiempo en la cama. Me costó muchísimo, pero con fuerza y valentía conseguí estar como antes.
Salí una semana y un par de días a descansar fuera y otra vez a repetir el mismo proceso. Me quedaban dos quimioterapias, pero me pusieron una más y me mandaron a Málaga a hacerme el trasplante. Inicialmente me tenían que hacer el trasplante en Santander, pero al comentarle que mi hijo mayor vivía en Málaga, aceptaron hacérmelo allí.
Hasta el 28 de diciembre estuve fuera del hospital, y ese día me marché a Málaga a prepararme para el trasplante. Una vez llegada allí, los médicos me hablaron de mi tipo de leucemia, la leucemia dendrítica aguda, una leucemia rara muy complicada y que muy pocas personas tienen. Aun y las dificultades yo tenía ganas de luchar y curarme.
Empezaron a ponerme una quimioterapia bastante fuerte para dejarme sin defensas para que entrará bien la nueva médula. Esa quimioterapia fue la peor. Vomité y no quería comer nada, ni siquiera levantarme.
Y llego el gran día: el trasplante. Fue el 31 de enero del 2018. Lo viví ilusionada y a la vez nerviosa por lo que conllevaba.
Hasta los dos años después del trasplante pueden pasar muchas cosas, y es probable recaer, pero aun así pienso en el presente y por ahora va todo genial, con buenos resultados de la médula y de mi salud en general.
Gracias al donante, un chico alemán de 23 años que fue 100% compatible conmigo, y a todos esos donantes que dan por nosotros, para que superemos la enfermedad. Mi bendición a las personas que están en mí misma situación y ánimos, que siempre tenemos que estar fuerte y con una sonrisa.