Eider
“El 15 de febrero de 2018, sí el DÍA MUNDIAL DEL CANCÉR INFANTIL, llevamos a nuestra pequeña Eider al pediatra por tercera vez en cuatro semanas porque no terminaba de remontar de una bronquitis que había padecido en enero del mismo año, nuestro pediatra y amigo familiar desde ese momento nos envió al Hospital Universitario de Canarias con todo el tacto del mundo, pero sin poder disimular que algo grave estaba ocurriendo.
Una vez allí todo es difuso: analítica, especialistas que vienen y van, hablan contigo sin darte mucha información, más especialistas, caras de preocupación y más pruebas, más confusión y de repente la oscuridad, el vacío, el miedo. Eider tiene leucemia, sube a la UCI pediátrica a la espera de mañana realizar aspirado medular y determinar los apellidos del “Bicho”, pero no pinta bien, no pinta nada bien. Las primeras 72h son vitales y a partir de ahí 60%/40% de supervivencia. Rabia, desolación, impotencia, negación y dolor, infinito dolor, un dolor oscuro y agudo, de ese que no deja hinchar los pulmones durante días, cierras los ojos una y mil veces esperando a que, al abrirlos, todo haya sido una pesadilla, pero no eso no pasa, es una realidad.
Nos enfrentamos a un monstruo llamado leucemia mieloide aguda, un tipo de leucemia más propio de los adultos y que quiere arrancarnos a nuestra pequeña. Ella solo quiere jugar, nos exige seguir jugando, no sabemos si serán los últimos momentos con ella pero ella ya tiene decidido cómo quiere afrontarlos, y es jugando, con su eterna sonrisa y es así como decidimos que todo juntos enfrentaríamos aquella batalla, hora a hora, día a día, sin pensar en mañana o si iba o no a venir un mal resultado.
Sin saber muy bien cómo, hemos intentando que todo fuera lo menos traumático para nuestra pequeña. Decidimos que todo aquello iba a ser un juego, un concurso, preparando a Eider para todo lo que iba viniendo. Todos los efectos secundarios de la quimio eran pruebas que tendría que superar para ir ganando recompensas. Si hacía pipí azul significaba que la magia que le entraba por aquella manguerita la estaba convirtiendo poco a poco en un Hada, y si tenía suerte y era valiente “lograría perder el pelo” y así convertirse en la más poderosa de todas, el HADA CALVA. Y así fue como nos vimos tragando lágrimas cuando tuvimos que cortarle el pelo por “exigencias del guion médico” y ella era la niña mas feliz del mundo porque por fin se estaba convirtiendo en ella. Creo que ahí nos dimos cuenta de que, pasara lo que pasara, Eider iba a ganar esta guerra.
Todo fue bien y, tras dos ciclos de quimio, nos dieron la mejor noticia del mundo, Eider estaba en remisión completa, evitábamos el trasplante de médula ósea y pasábamos al ciclo de consolidación. La leucemia mieloide de nuestra HADA CALVA estaba asociada a la inversión del cromosoma 16 y, por lo tanto, era de buen pronóstico, dos ciclos más y podríamos volver a casa tras casi 5 meses de ingreso casi continuo.
El alta llegó en junio y, hasta hoy, nuestra HADA CALVA sigue fuerte y libre de enfermedad. Somos conscientes de que nuestra lucha fue casi fugaz comparada con las que aquí se narran, pero queríamos agradecer a todo el personal del Hospital Universitario de Canarias y a su equipo de oncología pediátrica por dar siempre el 100% por nuestra pequeña, y a la Fundación Josep Carreras, porque en su página encontramos esperanza e información y sobre todo la certeza de que, si todo no iba tan bien como al final está yendo, siempre los tendríamos a ellos para cuidar de nosotros y buscarnos un alma compatible, GRACIAS, GRACIAS Y MIL GRACIAS”.
José Ramon y Amaya, padres de Eider