Elvira
Si una mirada dice más que mil palabras, mis ojos siempre denotan ganas de vivir y de superar una enfermedad contra la que, desgraciadamente, batallan cada día millones de personas en todo el mundo.
Mi historia comenzó con tan solo 29 años, aquel fatídico 6 de febrero de 2016 cuando, después de seis largos meses de calvario, me diagnostican un linfoma no Hodgkin, de células grandes B, tipo ABC. Y fue un calvario porque durante medio año sufrí fuertes dolores en la zona de la espalda y del bazo, picor en las manos y en los pies, sudoración nocturna, cansancio constante y falta de apetito. Tan fuertes eran los dolores que no podía ni conciliar el sueño. Los médicos barajaban la posibilidad de que fuera estrés o ansiedad ya que tenía mucho trabajo por aquel entonces. Pero… nada más alejado de la realidad.
El último síntoma, esta vez muy evidente, fue el aumento de tamaño de uno de los ganglios del cuello. Después de acudir muchas veces al médico y estar varios días con febrícula, fui a urgencias con un severo dolor en el bazo. Me diagnosticaron apendicitis en el centro sociosanitario de mi pueblo, pero cuando llegué al hospital del Bierzo una doctora especialista en hematología nada más ver la inflamación en el ganglio comenzó a hacerme diferentes pruebas médicas, analíticas, ecografías, TAC, etc. Fue la gran “suerte” de aquel día, que me encontré con los médicos adecuados, en el lugar exacto y a la hora oportuna. Me estaba muriendo y nadie me ayudaba…
Tras someterme a muchos exámenes los doctores confirmaron que padecía cáncer. El estadio del linfoma -alcance de la enfermedad- era de nivel III. Tenía masas tumorales de 25 centímetros en la zona del abdomen y de 20 centímetros en la espalda.
El diagnóstico cayó sobre mi como un proyectil ya que siempre he sido una persona muy activa, deportista y trabajadora. Con incredulidad, comencé a aceptar que mi vida estaría condicionada desde ese momento. Y así comienza la dura historia de una auténtica guerrera que, lejos de abrigarse en la tristeza, he vestido desde el principio mi mejor armadura con la mejor de mis sonrisas. Y la vida me cambió y tuve que acostumbrarme a vivir entre consultas médicas y hospitales.
Los tratamientos
En pocas semanas ya estaba recibiendo un tratamiento “ensayo clínico” en Salamanca, R-CHOP, el cual consistía en acudir al hospital de día para recibir ocho ciclos de quimioterapia cada 21 días y con una duración de unas seis horas por ciclo. Desde el primer día que inicié el proceso de curación, los dolores desaparecieron, se esfumaron. Es verdad que durante los cuatro o cinco días posteriores a la quimioterapia te encuentras cansada, pierdes el apetito y sufres náuseas y vómitos, pero para mí el hecho de poder dormir una noche entera fue extraordinario. Tampoco me gustó mucho que se me cayese el pelo, pero sinceramente eso me importaba bien poco. Una amiga peluquera me cortó el pelo y doné mi trenza y después una gorrita y a correr.
Al concluir esta primera fase, me sometí a una valoración post-tratamiento. En mi caso no funcionó. Pertenezco a ese 20% de enfermos que no se curan con la primera línea de tratamiento. Aún había células cancerígenas activas. La noticia desencaja totalmente mis perspectivas. Yo ya me veía curada. Montaba en bicicleta e incluso había ido a hacer una ruta por los Picos de Europa haciendo noche en el refugio de Collado Jermoso. Me sentía feliz. Yo pensaba que ya estaba totalmente curada.
Lejos de rendirme y con la vitalidad que me caracterizó siempre, comienzo una segunda línea de tratamiento, el R-ESHAP. Ingresada en el hospital me someto a tres ciclos de quimioterapia en total, cada uno de ellos de cinco días. Cinco días consecutivos en los que permanecía ingresada en el centro con quimioterapia las 24 horas del día. ¡Hasta celebré mi cumpleaños allí!
De nuevo y al concluir esta segunda fase, me someto a la prueba post-tratamiento. Otro duro revés para mí. La enfermedad no solo no se había reducido, sino que había aumentado. En este punto, los médicos comienzan a hablar de la posibilidad de realizar un autotransplante, con mi propia médula, ya que nunca estuvo afectada.
Pero, de momento, regreso a Salamanca para someterme a otro ensayo clínico, RGEMOX + ibrutinib, ocho ciclos de quimioterapia -vía oral e intravenosa- cada 15 días. Esta vez los efectos secundarios eran mayores. Desarrollé una tremenda hipersensibilidad al frío debido al oxaliplatino, por lo que este tratamiento me limitaba más la vida. El equipo médico continuaba con la idea del autotrasplante por lo que después del tercer ciclo de este nuevo ensayo comienzan a realizar el protocolo pertinente para el autotrasplante, que era la extracción de mi medula para después congerlarla una vez acabase con los ocho ciclos del ensayo clínico. Realicé la aféresis, me extrajeron células madre y todo salió perfecto, así que tenía que continuar con los ciclos que me quedaban del ensayo clínico.
Mi cuerpo se comenzó a resentir tanto que las defensas de mi organismo cayeron en picado y no pude completar los dos últimos ciclos. Era el último cartucho antes de comenzar a plantearse el autotrasplante. La última bala que quedaba en la recámara. Pero no funcionó. Estos últimos ciclos de quimioterapia no habían hecho remisión de la enfermedad. Los médicos me comunicaron que la enfermedad estaba estable. No era la alegría de mi vida, pero al menos no había aumentado. Los doctores contaban con una remisión completa o parcial de la enfermedad, pero no, no fue así.
Es en este punto cuando los doctores deciden que la mejor opción es el trasplante alogénico, es decir, no con mi médula sino con la de un donante. Al ser un cáncer tan refractario, si el trasplante se realizaba con mi propia médula las posibilidades de recaída eran muy altas, en cambio con un trasplante de otra persona tengo un 70% de probabilidad de curación. Y así comenzó el proceso que me ha llevado hasta mi oportunidad de vivir. Esa oportunidad se llama Lisardo y es mi hermano, quien después de realizarse las pruebas médicas pertinentes, se descubrió que su médula era compatible al 100% con la mía.
12 de mayo. Día 0
El día 8 de mayo ingresé para recibir la quimioterapia previa al trasplante que sería el 12 de mayo. He tenido fiebres, mucositis, rash cutáneo, … pero todo eso ya lo he superado a día de hoy estoy en mi día 105. Me encantaría deciros que todo marcha de maravilla, pero la realidad es que hace unos días me he sometido a un PET-TAC y los resultados no son los mejores de mi vida, mi enfermedad está en progreso, así que ahora queda seguir luchando contra este horrible bicho que quiere acabar con mi vida, ahora más que nunca hay que agarrarse al tapín por que vienen curvas, pero hay que continuar, sino de nada habrá servido todo lo que ya he pasado.
No hay duda de que el camino está siendo largo y extremadamente agotador. Pero lo importante es la actitud. Es mucho más del 50% en estos procesos. Yo, aunque no quiera comer, como porque sé que los alimentos son la gasolina de mi cuerpo. También intento estar distraída. Por eso me apunté a clases de piano e intento salir, ir al cine…. No me ha faltado tampoco el apoyo de mi pareja quien durante los largos periodos de hospitalización ha sido mi bastón. Ni el de mi familia y amigos, por supuesto, claros ejemplos de cobijo y esperanza.
De la Elvira de antes queda el optimismo y la alegría, pero admito que ahora vivo el momento. Disfruto del día a día porque no se sabe el destino de cada uno. Cada vez que me despierto y abro los ojos para mí es un regalo porque cuando me meto en la cama no sé si al día siguiente podré despertarme. Ya no me preocupan las bobadas de antes y el dinero ha pasado a un segundo plano en mi vida. Mi salvavidas ha sido agarrarme a esa oportunidad de curación. Sería muy egoísta por mi parte que no me agarrara a ella. Hay gente que no la tiene y yo la tengo. Ahora, mi meta en la vida es dormir tranquila, sin temor a no despertar, y poder gritar bien fuerte que soy una persona sana.
Vivimos en un mundo a contrarreloj en el que los problemas del día a día centran toda nuestra atención sin darnos cuenta de que lo esencial quizás esté en ese baño en la piscina que he disfrutado días antes de iniciar el proceso de trasplante después de llevar meses sin poder nadar en el agua, o en esos paseos que para mí son un reencuentro conmigo misma. Yo soy, como otros tantos millones de personas, alguien que tan solo persigue un único fin: curarse.
Pero mientras tanto disfruto del día a día saboreando las luces y olvidándome de las sombras. Y eso es lo que al fin y al cabo es la VIDA.