Lorena

24/07/2016. Mi nombre es Lorena, soy de Vigo, tengo 34 años y dos hijos, una niña de 10 años y un niño de 7. En enero de 2015 me diagnosticaron leucemia mieloide aguda M1.

Toda esta historia, mi historia, comenzó en enero de 2015. Tengo un centro de ocio infantil en el que trabajaba cada día junto a mi socia y cuñada celebrando cumples, cuidando peques. Además, también trabajaba en coles y en un centro cultural dando baile moderno a niñ@s.

Cierto día empecé a encontrarme muy cansada, a adelgazar progresivamente, a reenganchar un catarro con otro… Tenía la garganta bastante inflamada y decidí ir a mi médico de cabecera. Él me dio tratamiento y me dijo que volviera en un par de días. A los cuatro días, al ver que la garganta no mejoraba, así lo hice. Cuando me vio decidió hacerme una analítica porque tenía sospechas de que pudiera ser una mononucleosis ya que, al trabajar con niños, es bastante común, aunque su cara y la urgencia con la que me mandó hacer la analítica a mí me parecía excesiva. Total, creíamos que era vírico así que cama y listo pero, aun así, al día siguiente a las 9 de la mañana ahí estaba yo, después de dejar a mis hijos en el cole, preparada para la analítica. De allí me fui a casa agotada solo con ganas de meterme en la cama. A las 3 de la tarde, cuando estaba preparándome para ir a buscar a los niños al cole, me llamaron del hospital. Me dijeron que me presentara allí, que tenían que repetirme los análisis, que algo estaba alterado.

Muerta de miedo allí me fui con mi marido (fundamental para mí durante toda esta pesadilla). Cuando llegamos la verdad es que el trato fue espectacular, todo eran buenas palabras, caricias… Eso aumentaba más mi miedo y mi ansiedad, algo debían estar viendo en las analíticas para ese despliegue de atenciones en las urgencias de un hospital público que todos sabemos que siempre están súper saturadas. Allí repitieron la analítica y, cuando había pasado una hora escasa en la sala de espera, un médico súper majo, amable y cuidadoso, aunque eléctrico por su carácter nervioso, nos hizo pasar a una sala. Allí solos los tres, empezó a explorarme. Cuando acabó volvimos a la mesa mientras nos preguntaba: “¿Tenéis hijos? ¿Qué edad tienen? ¿Trabajas?” Yo le contestaba mecánicamente pero mi cabeza estaba esperando ver por dónde salía el médico. Estaba atacada de los nervios. De pronto, se echó hacia atrás en la silla y dijo: “Bueno Lorena, las analíticas están bastante alteradas, muestran una leucosis de 100.000/ml, con más del 90% de células de apariencia blástica”. Yo no entendía nada de esas palabras (ahora son tan familiares…). Sólo sabía que no sonaba nada bien. Aun así fue todavía peor cuando lo entendí. El médico, de repente, dijo: “Esto nos indica que te tienes que quedar ingresada. Tienes leucemia aguda”.

En ese mismo momento yo no me lo podía creer. Solo quería que fuera una equivocación, que me dejaran ir a casa, quería abrazar a mis niños, hablar con ellos. Le pregunté al médico si me iba a morir, que no quería morirme, que por favor me ayudara. El médico me agarró las manos  mientras mi marido me abrazaba fuerte y me dijo: “Tranquila, esto va a ser largo y duro pero tienes que ser muy fuerte”; y yo seguía diciéndole: “¿Pero me voy a morir? ¡Mis hijos! ¡Mis hijos!” Entonces él me dijo una frase que se me quedó grabada: “Cariño, qué quieres que te diga, ¿si te puedes morir? Pues sí. Pero si me preguntas si te vas a morir… Pues vamos a hacer entre todos, y con tu ayuda, todo para que esto no sea así, y eres muy joven así que lo vamos a conseguir”. 

Yo solo lloraba y quería hablar con mi madre, que era la que estaba con mis hijos. Entonces la llamé desde allí mismo y le dije: “Ma, tenemos que hablar. Prométeme que vais a ayudar a Mon (mi marido) a cuidar a los niños. Tengo leucemia”. Yo lloraba sin parar. Sé que no fue la mejor manera de decírselo a mis padres, en concreto a mi madre, pero la sensación claustrofóbica de que no me dejaban salir de allí y el miedo que tenía a morirme no me dejó pensar más allá. Mi madre no lo podía creer y ella, mi padre y mis hermanos se presentaron en el hospital rápidamente.

Ahí empezó el calvario, ciclos de quimio de semanas enteras interminables con todos sus efectos secundarios, la pérdida del pelo (para mí algo súper traumático psicológicamente)… Ahí empecé a darme cuenta de que formaba parte de aquellas personas que meses atrás veía en fotos, o me contaban familiares, y que me daban tanta pena, cosa que ahora no me gusta, no quiero dar pena, quiero dar alegría. Estuve días sin poder verme en el espejo; meses de aislamiento, neumotórax, trombosis, infecciones víricas y bacterianas de esos malditos bichos que vienen para quedarse, extracciones medulares, punciones lumbares…

Al final, y después de meses, y viendo que ninguno de mis hermanos era compatible, se decidió intentar un autotrasplante de médula ósea. Al principio mis células no querían y no había manera de que hubiera suficiente cantidad para poder trasplantármelas pero, después de empezar la búsqueda de donante, y antes de ponerme el tercer ciclo de quimio, mi médica quiso intentarlo por última vez y… ¡Premio! ¡Consiguieron una cantidad suficiente!

Después de otros dos ciclos de quimio, el día 24 de julio de 2015 por fin me trasplantaron. La recuperación fue muuuuy dura y con complicaciones, pero ya no podía rendirme, ya había pasado mucho y no podía tirar todo por la borda, así que, aunque a veces me caía, no me permitía el tardar mucho tiempo en levantarme. Tenía a mis dos tesoros esperándome en casa. Por fin en septiembre me dieron el alta hospitalaria y, desde esa, aunque tocada por dentro, me recupero y cojo fuerzas. 

Quiero dar las gracias...

Ya hace un año del trasplante y por eso decidí contar mi historia, agradecer a todo el equipo de la planta 10 del hospital Xeral de Vigo, enfermer@s, médic@s, auxiliares, limpiadoras, peluquer@s, camarer@s... a las cuales nunca podré agradecer el trato recibido.

Gracias también a mi marido, que estuvo y está a mi lado aguantando el tirón heroicamente y ayudándome a levantar y hacer que mire para adelante cuando a mí se me hace difícil; a mis padres, que lo pasaron peor que en su vida, pero me dieron todo el apoyo y cariño y no se separaron de mí; a mi hermano, que lo vivió y lo vive como si de él se tratara; a mis “padrinos”, que siempre junto a mi prima están como prolongación de mis padres; a mi suegra, que se portó y se porta como otra madre; a mi cuñada, que ahí sigue con el negocio que montamos juntas; a mis ahijad@s; a mis sobrinos que los quiero mil; a mis tíos; primos; amigos... Pero, sobre todo, a esos dos mini adultos que ahora tengo en casa, porque esto les hizo madurar a pasos agigantados y son el motor para que siga adelante cada día, a pesar de lo que cuesta a veces, y que los quiero más que a mi vida. Por ellos luché, lucho y lucharé. Gracias también a la Fundación Josep Carreras, que con sus investigaciones hacen que la recuperación sea algo real.

¡¡¡¡Gracias a todos!!!! Sin vuestra ayuda, este 24 de julio no podría celebrar mi ¡¡¡¡¡Primer cumplevida!!!!!!

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