Lorena
El año pasado mi pareja y yo nos fuimos de vacaciones a Cádiz. Unos días antes, en casa, ya me notaba un poco regular, pero no le di importancia ya que parecía como que me iba a resfriar y, algún día, tuve alguna décima, pero nada extraño, no superaba los 37.2°C. Durante las vacaciones algún día llegué a 37.4°C, pero lo solucionaba todo con un ibuprofeno y ya no me subía más durante todo el día, a parte, algún día por la mañana recién despierta me daban náuseas, era mucosidad. Pero en general yo me encontraba bien, solo me pasaba eso recién levantada, durante el día me encontraba bien.
Una vez llegamos a casa empezó lo duro. A los tres o cuatro días la fiebre empezó a subir hasta 37.5°C y yo seguía con mi ibuprofeno y asociando el resfriado a las 15 horas en coche con el aire acondicionado, entonces lo vi normal. Perdí unos dos o tres quilos ya que apenas comía porque la mucosidad me producía nauseas. A las semana y media o dos aproximadamente al ver que yo no mejoraba y seguía expulsando mucosidad por la boca, acudí a urgencias del centro médico.
La doctora me dijo que tenía un poco de placas de pus y que me va iba a recetar antibiótico y fluimucil para ayudar a la expulsión de la mucosidad. Le comenté que me notaba la barriga más dura de lo habitual y me dijo que era totalmente normal, que era el músculo que estaba sobrecargado del esfuerzo a la hora de expulsar mucosidad.
Estuve algunos días haciendo el tratamiento que me había mandado y no vi ninguna mejora, todo lo contrario, la fiebre seguía subiendo y yo no paraba de vomitar mucosidad.
A las dos semanas, cuando terminé con el antibiótico y vi que seguía igual, volvimos a ir de urgencias al centro médico. Le comenté a la doctora que no paraba de vomitar y me dijo que era normal, que era el efecto del medicamento para ayudar a expulsar el moco pero que aún y así me iba a cambiar el fluimucil por cinfatós, y que si la fiebre no llegaba a 39°C que no hacía falta que volviese.
A las dos semanas, cuando terminé con el antibiótico y vi que seguía igual, volvimos a ir de urgencias al centro médico. Le comenté a la doctora que no paraba de vomitar y me dijo que era normal, que era el efecto del medicamento para ayudar a expulsar el moco pero que aún y así me iba a cambiar el fluimucil por cinfatós, y que si la fiebre no llegaba a 39°C que no hacía falta que volviese.
Yo seguía igual, y cada día me veía más delgada, pero como me dijo la doctora que si no superaba los 39°C no volviera, yo me quedé con eso, lo veía raro y en el fondo sabía que algo no iba bien y el miedo me superó. Siempre encontraba una excusa para encontrarle la causa a la fiebre.
Empezó a darme ansiedad cada vez que salía a la calle, empezaban los mareos cada vez que me levantaba, y no podía estar de pie más de cinco minutos.
Pasaban los días y yo no podía moverme del sofá, me levantaba a hacer la comida y fregar los platos y las piernas me flaqueaban, y, una vez más, me decía a mí misma que eso me pasaba por estar perdiendo musculatura y llevar días sin apenas moverme, sólo para lo necesario.
Fueron pasando los días, y yo cada vez más delgada y la barriga más inflamada (¡parecía que estuviera embarazada de cinco meses!), y yo, como quería hacerme ver a mi misma que todo estaba bien y no pasaba nada, seguía haciendo caso a lo que me dijo la doctora.
Así pasaron unos dos meses más, incluso fui a la psicóloga porque tanto mi familia como yo pensamos que estaba con depresión y por eso no podía ni salir. Yo no entendía nada, nunca me había entrado ansiedad ni ahogo por salir a la calle.
La fiebre no paraba de subir, ya no eran 37.5°C, ya iba por más de 38°C. Ya ni el ibuprofeno me la podía bajar, y qué decir del paracetamol... ni cuatro horas me duraba el efecto.
Me subía a media noche y eso ya me resultaba más raro, porque siempre me solía subir sobre la misma hora. Tanto por la mañana como por la noche. Eran solo dos veces al día.
Un día, cuando ya superé los 39°C, ya me asusté más de la cuenta, ya sabía seguro que algo estaba pasando... aparte, os parecerá una estupidez, pero en Instagram me salió en recomendados varias veces la Fundación. La primera vez vale, la segunda pensé...qué raro, ¡otra vez! Ya cuando iban varias veces, me rayé muchísimo. Solo hacía que pensar en que podía ser una señal y eso hacía que me acordara de Pablo Ráez y, con ello, de la posibilidad de que lo que me estuviera pasando a mí, fueran síntomas de una leucemia.
A esto se le sumó que no me podía ni levantarme de la cama porque me cansaba en seguida, me entraban mareos y ansiedad. Entonces, decidí llamar a mi madre y decirle que fuéramos de urgencias al hospital. Ya estaba más que claro que lo que me pasaba no era normal, la barriga estaba ya como si fueran 8 meses y yo cada vez más delgada.
Llegó el miércoles 13 de febrero, fuimos de urgencias al hospital de Granollers y, una vez allí, yo no me pude bajar ni del coche. Ahogándome y llorando porque sabía que, a la que bajara, me iba a desplomar (tenía que andar solo unos 100 metros, pero para mí era como un kilómetro).
Mi madre me tranquilizó y fuimos hasta allí poco a poco. Me pasaron corriendo a dónde la enfermera y mi madre le explicó lo que me pasaba y todos los síntomas. Me tumbaron en una camilla porque yo sentada no podía estar tampoco por los mareos y flojera. Me preguntó si estaba embarazada y yo me quedé alucinando...
Después de 6 horas para que me atendieran el médico decidió hacerme un test de embarazo, y me dijo que tenía una masa, que estaba duro y no era de los esfuerzos al vomitar.
Me hicieron una analítica de sangre y de orina y una eco abdominal. A mí, en ese momento no me dijeron nada, pero llamaron del laboratorio diciendo que esperaban que fuese un error pero que había una paciente con muy mal pronóstico. Esa era yo. Llamaron a mi padre, mientras yo estaba con mi madre en la sala de recuperación con un paracetamol y suero. Le dijeron que me tenían que trasladar corriendo al Hospital Clínic, que estaba en estado crítico y con los leucocitos por las nubes. Los tenía a 460.000 cuando el máximo son 10.000, y ya me dieron una pastilla para ir bajándolos y cortisona vía endovenosa, así que yo no me enteré de nada. Mi padre salió con mi madre y se lo dijo, hicieron el papel de su vida, no entiendo aún como pudieron estar tan "fuertes" delante de mí para que yo no sospechara nada (querían esperar a que me lo dijera el hematólogo del Clínic, y ¡¡menos mal!). La ambulancia tardó solo 7min y, una vez allí, todos los médicos iban a la velocidad de la luz.
Una vez pasadas las 12 de la noche vino el hematólogo, ya era 14 de febrero (menudo San Valentín…, no se me va a olvidar).
A la que entró y me dijo que era el hematólogo yo ya sabía que todas mis sospechas eran ciertas, tenía leucemia. No me lo podía creer, la palabra que tanto miedo me daba y la enfermedad que siempre había temido tener, la tenía, cáncer. No podía parar de llorar, de gritar, de meter patadas... cuándo creía que nada podía ir peor, zasca, vaya si podía. Sólo hacía que cuestionarme: ¿por qué yo? con sólo 28 años. Luego te das cuenta de que esto no tiene edad, te puede tocar con 6 meses, 10 años o 28.
Durante 20 minutos lloré como nunca, grité como nunca y me enfadé como nunca. Sólo fueron 20 minutos, digo “sólo” porque si no hubiese sido por el hematólogo habrían sido días, muchos días.
Me dio una confianza increíble, me dijo que me permitiera estar mal dos días, pero no más. Que me prometía que me iba a curar, pero que tenía que estar fuerte y luchar mucho, sobre todo con la actitud.
Me comunicó que al día siguiente me iba a hacer el aspirado de médula ósea para saber el nivel de enfermedad y el tipo de leucemia, pero que, por las analíticas, ya sabía que era leucemia mieloide crónica. En este tipo de leucemia muchas células se van al bazo o al riñón, en mi caso fue al bazo, por eso tal tamaño de barriga. El bazo está en la izquierda, a mí me llegaba casi a la cadera derecha de tal inflamación.
Me hicieron una placa y vieron que tenía líquido en el pulmón, a los tres días me hicieron un drenaje y con el pleurevac (drenaje torácico) una semana: ¡3.200L de líquido! Los médicos estaban todos alucinados, entre el pulmón, el bazo y los niveles de leucocitos no sabían cómo había podido aguantar, vino a verme hasta el jefe de hematología y también el doctor que me lleva ahora, experto en mi tipo de leucemia. Pero yo, de ese día, ni me acuerdo, solo sabía que me sonaba su cara.
Me ingresaron en planta, ¡¡bendita Laia!! Qué paciencia tuvo conmigo, y cómo me supo llevar de bien para que yo no me preocupara por nada o, por lo menos, lo mínimo posible, siempre que había algo nuevo ella me tranquilizaba y se lo agradeceré siempre. Tanto a ella como a los demás enfermeros. Me pesaron y no me lo podía creer, había perdido 33 kilos, a causa de la enfermedad.
Al día siguiente, cuando pasaron los hematólogos por la mañana, me comunicaron que íbamos a empezar con el tratamiento (en el momento que me ingresaron me dieron la quimioterapia en pastilla).
Me dijo que empezaríamos con pastillas y, según reaccionara mi cuerpo, seguiríamos con este tratamiento o, si fuera mal y tuviera que ir a la UCI, tendría que hacer quimio endovenosa y lo más seguro un trasplante de médula ósea. Tenían que controlarme muchísimo los primeros días sobre todo para que eso no pasara, los primeros días eran cruciales.
Empezamos con la aféresis, la primera vez duró una hora y media y, la segunda, unas tres horas.
Iban pasando los días y los hematólogos aún no podían decir nada de cómo estaba funcionando el tratamiento ya que el nivel de leucocitos con el que llegué era altísimo, pero yo cada día me veía la barriga más deshinchada, con lo cual, el bazo se iba desinflamando y, con ello, las células cancerígenas estaban muriendo, lo estábamos consiguiendo. Tanto mi cuerpo, como yo.
La fiebre siguió conmigo durante unos días, por la enfermedad. Así hasta las dos semanas aproximadamente que desapareció.
Estaba feliz, después de 5-6 meses ya no me acordaba lo que era estar sin fiebre y encontrarme mínimamente bien.
A los días, cuando ya vieron los médicos como estaba yendo todo y estuvieron seguros, me lo comunicaron, el tratamiento estaba haciendo efecto y mi cuerpo lo estaba admitiendo bien. No creían que tuviera que pasar por un trasplante de médula ósea, ese fue el mejor anuncio del mundo para mí. Aun así, animo a todo el mundo que pueda a donar, gracias a la gente que dona me pudieron transfundir siete bolsas de sangre que son las que necesité.
Parece tanto, pero es tan sencillo...ya sea médula, sangre, plaquetas, plasma...
El 8 de marzo me dieron el alta, ¡qué mejor día que el de la mujer!
Estuve en dos consultas en el hospital de día, pero, como todo iba bien, ya me pasaron a consultas externas. Tengo un poco de anemia, pero nada fuera de lo normal y todo dentro de lo normal en personas con enfermedades oncohematológicas.
Y aquí estoy, con mi Nilotinib dos veces al día y de momento ¡bien! Viviendo la vida con otra mentalidad, disfrutando de cada momento, dándole importancia a cosas que antes no le daba y no dándoselas a cosas que antes se las daba. Vivir de verdad y dando gracias por estar aquí.
Cambia todo tanto en un solo segundo...
Lorena