Acracia Altarriba Morera
Hija única de una familia tradicional catalana, Acracia Altarriba tuvo una infancia triste y llena de penurias a causa de la guerra civil.
Cuando ella tenía tan solo 7 años, su padre, que era republicano, se vio obligado a exiliarse a Francia y de allí fue deportado al campo de concentración de Gusen, uno de los más criminales del régimen nazi, en donde murió en 1941. El desamparo en que quedó sumida su madre a raíz de estos hechos marcó de por vida el carácter de Acracia, convirtiéndola en una mujer solitaria y aparentemente seca, habituada a ocultar sus sentimientos bajo una coraza que solo lograban romper los más íntimos.
En Sabadell, ciudad en la que nació y vivió hasta el final de sus días, entró a trabajar en una fábrica textil, destacando pronto como eficaz cosedora de piezas, por lo que fue asumiendo cada vez mayores responsabilidades hasta convertirse en jefa de su departamento.
Menuda, muy rubia, discreta, huidiza y reservada, el trabajo en la fábrica y la absoluta dedicación a su madre, que había enfermado de Alzheimer, fueron durante muchos años su único mundo. Apenas tenía amigas, salía poco, prefería quedarse en casa. La limpieza le obsesionaba, también le gustaba leer y, muy especialmente coser, una ocupación en la que demostraba toda su delicadeza. Al morir su madre se le despertó una tardía afición por la música, descubrió la ópera e incluso realizó algún viaje para escuchar en directo a Josep Carreras, su tenor favorito.