Carlos, ex-paciente de leucemia

Paciente Carlos

Carta de María, madre de Carlos, a la Fundación:

"En Julio de 1995 a Carlos, mi hijo de tan sólo 20 meses, le diagnosticaron una leucemia linfoblástica aguda en el Hospital Materno Infantil de Málaga. Inmediatamente los doctores comenzaron con el protocolo de quimioterapia y con ella los sinsabores de sus efectos, pero también fue el principio del camino para que la desesperación se tornara en esperanza. Recuerdo que mi primer impulso al volver a casa tras la primera hospitalización fue llamar a la Fundación Carreras. Creo que necesitaba que "alguien" me dijera "está bien, no te preocupes, los doctores en Málaga van a hacer lo mismo que en cualquier lugar del mundo: comenzar con el tratamiento y esperar los resultados". No tengo palabras para expresar el agradecimiento que sentí por lo estupendamente bien que atendieron mi llamada desesperada.

Luego, durante los largos períodos de hospitalización, encuentras una familia nueva, la familia de "los sin pelo" y entre todos se va creando una especie de hábitat especial donde el que ocupa la habitación de al lado, sólo con una mirada, sabe y comprende qué te está pasando en ese momento. Ahí dentro está nuestro mundo, ahí afuera está el otro, esperando. Carlos fue recuperándose, sin necesidad de llegar a un trasplante, pero vivimos junto a otras familias que esperaban que en cualquier momento alguien dijera "tenemos una médula". Es una dura espera, mezcla entre esperanza y resignación. Por eso, en cuanto tuvimos oportunidad, su padre y yo decidimos hacernos donantes de médula. En aquellos momentos, los donantes eran muchísimos menos de los que hay en la actualidad y por eso imaginé un plan de choque: si por cada enfermo de leucemia se lograban 10 donantes, el resultado podría ser esperanzador. A priori no parecía tan utópico este plan. Al lado de un enfermo siempre hay familiares y amigos a los que se les puede sensibilizar y mucho más cuando la necesidad de un trasplante llega. En nuestro caso sólo he logrado 5 donantes hasta el momento, pero aunque el tiempo pase, no dejo escapar la oportunidad de insistir cuando se me presenta la ocasión. Estamos en el 2009, ya han pasado casi 9 años del alta definitiva de Carlos y ahora vivimos en Tenerife. Ya no es aquél pequeñito al que hacíamos creer que no podía salir de su habitación, cuando estaba aislado, porque "los peces del acuario de la sala de juegos del hospital tenían fiebre". Ahora se ha convertido en un adolescente, deportista, con muchos planes y, sobre todo, ganas de vivir y pasarlo bien. Para todos los enfermos "ÁNIMO" y para sus familiares "UNA SONRISA PEREMNE"; en nuestras manos está su calidad de vida y en la de ellos nuestras esperanzas. Gracias a la Fundación Josep Carreras, su existencia nos abre las puertas del mundo.

Saludos desde Tenerife,

María M.

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