Carlos
Después de vivir durante 10 años en la Patagonia Argentina por motivos laborales, en febrero de 2015 llegó el momento de regresar a nuestro lugar de origen, Buenos Aires. Mi marido Carlos, mi hijo Santiago y yo regresábamos con muchas expectativas y alegría, volvíamos a tener familia cerca y eso era suficiente razón para celebrar este cambio.
Al cabo de un mes de regresar, Carlos comenzó a acusar un cansancio extremo pero la vorágine lo tapaba todo. Lo notaba en el día a día, pero con el escenario de mudanza reciente, puesto de trabajo nuevo, gestión de compra de casa y nuevas condiciones de vida estaba más que justificado.
Una mañana me comentó que sentía una inflamación, como un bulto detrás del cuello, pero lo adjudicamos a su contractura permanente y seguimos… porque siempre seguimos.
Comenzaron los viajes de trabajo y, al regresar de uno, aparecieron hematomas (pequeños moretones en las piernas) que nos preocuparon porque no fueron posteriores a ningún golpe. Era viernes y el cansancio permanecía, pero ahora se sumaba como síntoma molestias en la garganta, razón por la cual creíamos que se venía un estado gripal o anginas, pero la “suerte” es rara. Nuestro hijo Santiago súbitamente comenzó con una tos seca persistente previo a una competición de atletismo, con lo cual, el 5 de abril por la mañana acudimos a una clínica cercana. Allí atendieron a Santiago de una laringitis y como no había nadie más esperando, insistí en que Carlos consultara, aunque fuera con la médica de guardia. Allí le hicieron un examen de laboratorio y volvimos a casa, ya que creía conveniente llevar ese resultado al médico con el que teníamos visita en un mes. Al cabo de dos horas nos llamaron del laboratorio pidiendo que Carlos fuera a la clínica urgentemente.
Cuando llegó Carlos le programaron nuevos análisis de laboratorio de urgencia para el día siguiente por la mañana; y por la tarde, ya con los resultados, le ofrecieron una interconsulta con un hematólogo. Claramente nos asustamos, pero bien podía ser alguna infección, sus glóbulos blancos estaban elevadísimos. Esa tarde, Carlos acudió a la interconsulta solo, ya que yo debía realizar trámites con mi hijo. Al finalizar él me llamó: “Gorda, deja todo… vení a casa, está todo mal…”.
Al llegar, me comentó que el hematólogo le había pronosticado una leucemia pero que debía hacer una punción de médula para confirmar el diagnóstico. Nos quedamos sin palabras, nos miramos y no podíamos creer lo que estábamos hablando. El tiempo se congeló, el espacio en el balcón donde lo hablamos se hizo chiquito y sólo hubo lugar para un fuerte abrazo, de esos que te dejan sin aire.
Al rato nos pusimos en acción. Lo primero era informar en el trabajo, pedir ayuda al departamento médico para recibir más consejos y buscar a los mejores hematólogos disponibles para realizar cuanto antes el diagnóstico.
La empresa donde trabaja Carlos fue impecable. Consiguió turno con un hematólogo increíble que nos atendió el jueves siguiente. Las recomendaciones fueron prepararnos y acudir a la consulta con el bolso, porque si se confirmaba el diagnóstico (fundamental enumerar los síntomas previos y el laboratorio), era probable que fuera hospitalizado inmediatamente.
Efectivamente, Carlos se internó esa misma noche, 16 de abril de 2015. Se hizo una TAC, un electrocardiograma, una punción de médula y a los dos días llegó el diagnóstico: leucemia linfoblástica aguda subtipo T.
Hubo un profundo abrazo, mucho silencio, mucho miedo, el aire faltó porque por un instante nuestro mundo se derrumbó, pero nunca nuestro amor y fortaleza. 13 años juntos, un hijo de 7 años y recién empezamos. Ahí, en ese preciso momento borramos lágrimas y salió el pragmatismo que nos caracteriza: Doctor ¿Qué hay que hacer?
Carlos arrancó con quimioterapia intensiva (etapa de inducción con Intratecal). Cada sábado eran horas de jugar a las cartas y dados esperando a que pasaran aquellos líquidos por conductos amarillos, de acompañar riendo de lo que no se podía reír, pero con miedo. Creo que de perder lo que más queremos, de ahí salía la fortaleza, de querer seguir viviendo, porque lo que tenemos es maravilloso.
El mes de la etapa de inducción pasó sin mayores problemas. Carlos es un hombre admirablemente fuerte, se mantenía activo caminando por su habitación, comía hasta sin ganas, pero lo hacía. Quería hacerse más fuerte ante posibles complicaciones e hizo pequeñas rutinas que hacían que su primer mes pasara sin mayores problemas. La punción que se realizó al final de esta etapa, un mes completo, es la que marcaría el ritmo a seguir, así que era fundamental lograr buenos resultados.
Al tener un hijo pequeño, la tarde en que estaría el resultado tuve que regresar antes a casa y llegó el mensaje del hematólogo: “La punción indica que no se evidencian rastros de enfermedad, felicitaciones”. Llamé a mi marido, le conté y no paramos de escuchar nuestro llanto de desahogo por teléfono. Fue tan intenso que sólo lo comparo a las lágrimas de felicidad del momento en que nació mi hijo, una felicidad inmensa. Les avisé a todos en la familia, pero corrí al colegio a buscar a mi hijo y abrazarlo para contarle, porque él tiene un capítulo aparte; llevó todo este cambio (mudanza, colegio nuevo, padres presentes que comenzaron a faltar en su día a día...) con la mayor valentía y también tuvo miedo, pero estuvo siempre con su papá, preocupándose, pero mejor aún, ocupándose de darle fuerza.
En este punto todo se complicó bastante. Casi a punto de alcanzar el alta de la clínica, uno de los laboratorios dio como resultado que Carlos tenía una bacteria y neumonía, fue tremendo. En este punto el dolor era general, todo su cuerpo adolecía, le costaba respirar y se llenó de llagas la boca con lo cual era muy difícil comer. Se le cayó todo el cabello en pocos días (hasta ese momento conservaba su cabellera casi intacta), la falta de apetito fue brutal y casi no comía. Una diarrea persistió durante una semana, bajó 25 kg, su piel se secaba y se caía, su color desaparecía y apareció el miedo en cada mirada. Carlos llevaba 40 días en esa habitación, sin salir, sin poder abrir ventanas ya que la neutropenia se hacía presente. Muchas transfusiones de glóbulos rojos, plaquetas, los brazos saturados (no era conveniente en su estado inicial colocarle un Port-a-Cath con lo cual los 40 días fueron administraciones a través de vías en brazos), infecciones locales, cultivos, antibióticos…
Y también pasó. Carlos alrededor del día 50 logró estabilizarse y pudimos salir de la habitación al pasillo. Su mirada fue como la de alguien que vuelve a nacer. Juro que ver a mi marido como lo vi en esos días fue devastador. Siempre fue un hombre fuerte, activo, deportista y había pasado a comer con cuchara de té y a necesitar asistencia en todo. Verlo otra vez parado saliendo de su habitación fue luminoso para ambos, para los tres, porque nuestro hijo esperaba las noticias en casa. Yo repartía fuerzas para ambos, porque en este punto debo decir que a quien padece enfermedades como estas se lo tiene que sostener; si bien los pacientes ponen el cuerpo, se necesita sostener y no siempre quienes rodean están dispuestos. Porque el cáncer, sea del tipo que sea, no sólo enferma al portador, sino que quienes están cerca también enferman un poco. Es algo que se instala en tu casa y en tu vida, y debes acomodarlo porque va a marcar tus tiempos.
El alta definitiva de la clínica ocurrió casi 60 días después del diagnóstico. Carlos empezó la segunda etapa, etapa de consolidación dividida en bloques 1, 2 y 3 para pacientes de alto riesgo. Esta etapa duró 6 meses aproximadamente y presentó múltiples intramusculares, transfusiones, aplicaciones de fligastrim, medicación oral y consultas de como mínimo 2 veces por semana en la clínica, lo cual producía mucho desgaste porque algunos días la permanencia era de entre 8 y 12 horas, pero lo importante era seguir manteniéndose optimista. En esta etapa Carlos pudo colocarse un Port-a-Cathpara recibir los bloques de quimioterapia y eso hizo que no fuera tan traumático, ya que sus brazos estaban saturados.
Hoy Carlos lleva 12 meses en etapa de mantenimiento, aún tiene días buenos y otros no tanto, pero seguimos batallando. Quedan 6 meses más de mantenimiento, el desgaste se siente pero con cada flaqueza… el apretón de manos se hace más fuerte… siempre juntos.
En este casi segundo aniversario aún me emociono con mucha facilidad. Escribir esto llenó de pañuelos el escritorio porque ni yo puedo creerlo aún. Carlos es el amor de mi vida y su fortaleza es extraordinaria y sé que aún no “ganamos” pero, si algo aprendí de esto, es a celebrar todas las victorias, por muy pequeñas que sean, porque sólo se trata de vivir para seguir haciendo historia con los que amas. Y si alguien no pudo estar a la altura de las circunstancias, es bueno recordar que aún sin ellos pudimos.
Gracias primero a Carlos, por no bajar los brazos nunca, mi amor y admiración eterna.
A mi hijo Santiago, por ser el motor productor de amor.
A mi hermana Verónica, por haber estado firme en cada pedido suspendiendo su vida por ayudarnos.
A mi madre María Estela, por ofrecer su ayuda antes de tener que pedirla.
A mi suegra María, por su amor y masajes y a mi cuñado Pablo, por sus visitas que tanto bien hacían.
A los amigos, que nos enviaban mensajes dándonos tanta fuerza.
A los hematólogos Dr. Flores y Dr. Ferro, los mejores hematólogos que la vida nos pudo presentar.
Al Dr. Marino, que con su presencia nos aportaba tanta calma.
A la Dra. Teresa, médica clínica de Trinidad donde su atención era y es una caricia para el alma.
A la empresa donde trabaja mi marido, porque estuvieron impecables en la asistencia.
Por último, a quienes se tomaron un rato para leer esta crónica, porque más allá de los hechos y los resultados la síntesis es que la fuerza del amor combate todos los males hasta la última de las instancias.
¡Por eso ánimo imparables, puede ponerse difícil pero no imposible!