Cecília
Me llamo Cecília, tengo 16 años y soy de Barcelona. Cuando tenía 8 años me diagnosticaron leucemia linfoblástica aguda.
He decidido escribir mi historia en recuerdo a mi hermano, que ya no está, y fue quien me salvó la vida. Pero el hecho que definitivamente me impulsó a compartir mi historia fue encontrar escrito en uno de mis diarios de la época del hospital que, jugando con él al ahorcado, escribió la palabra “FELIZ” y para ayudarme a adivinarla me dio una pista: “así me siento después de darte médula”.
Me detectaron la leucemia un día que volvía de excursión. Me encontraba muy cansada y mis padres decidieron llevarme a urgencias. Allí me realizaron un examen de médula ósea que nos dio el diagnóstico: leucemia. Estuve entrando y saliendo del hospital desde los ocho (casi nueve) hasta los once años. Por suerte, cuando me detectaron la enfermedad, sólo tenía afectada la médula, las células malignas no habían pasado a la sangre, sino no estaría escribiendo estas líneas aquí y ahora.
Aunque ya ha pasado algún tiempo, casi ocho años, recuerdo anécdotas buenas y malas de mi tiempo internada. Entre las cosas buenas, que siempre pesan más, recuerdo, por ejemplo, mi último día en planta antes del trasplante en el que los payasos hospitalarios recubrieron toda la habitación con papel de wáter, como si fueran guirnaldas, para despedirse. También recuerdo cómo, ya aislada, mi madre (que estuvo conmigo en todo el camino) y yo nos hacíamos las dormidas cuando entraba la enfermera de la noche, a quien habíamos apodado “la Lola Flores" (no precisamente por su sigilo) y a la que le daba pena despertar a la gente.
De las anécdotas malas no me acuerdo tanto, aunque sí alguna. Recuerdo un par de días concretos en los que hubiera preferido no vivir como, por ejemplo, una Navidad en la que la pobre enfermera de guardia no pudo ni comerse el polvorón que le habían dejado en la sala de descanso porque yo tenía una fiebre terriblemente alta y, mientras, la doctora de guardia había decidido ir a la cena de Navidad con sus compañeros de trabajo. También recuerdo un mal día en el que, después de haberme sometido al trasplante, mi oncóloga entró en la habitación con un montón de estudiantes de Medicina y fue contando que yo ahora estaba muy bien pero que “podía haber pasado esto y lo otro y podían pasar un millón de cosas catastróficas”, y yo, que sorda no era, me encaré con ella cuando sus alumnos salieron.
Estos recuerdos y muchos más siempre serán parte de mí y de mi infancia, igual que el ser intersexual ─soy cromosoma XY siendo chica, consecuencia de haber sido trasplantada de barón─ o el recuerdo de todos los que, con pena, dejé atrás.